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Cartas al Foro del Lector de El Tiempo, 10 años de emociones

Experta de la Universidad del Norte analiza temas que agobiaban a los colombianos entre 1999 y 2008.

“Soy un trabajador de la salud, casado, con hijos y rondando los 40. El sábado pasado decidí salir de la ciudad para pasar dos días en tierra caliente, acompañado por mi esposa (...). Rodando por el pavimento, en un día soleado y lleno de luz, me puse a contemplar el hermoso verde de diferentes tonos y salpicado de colores que rodeaba la carretera. Vi a los niños con ropas raídas jugando en las casas a la orilla del camino, campesinos andando con azadón al hombro, gente que lucha toda la vida. De repente me detuve y dejé que por mis ojos se manifestara el amor por esta tierra, mi tierra, y por este pueblo, mi pueblo. Comprendí que pase lo que pase, sufra lo que sufra, jamás abandonaré esta patria, el suelo donde están enterrados mi padre y el padre de mi padre. Yo no me iré, aunque pierda mi lucha personal”.

A veces llegan cartas, sí. Cargan a cuestas un puñado de emociones: indignación por la violencia omnipresente en el país, por la corrupción rampante, por las necesidades básicas insatisfechas, por la depredación permanente de los recursos naturales.

Llegan, para hacer público el amor por Colombia, la alegría por los triunfos de los compatriotas, la esperanza por un futuro más feliz.

Esta carta citada, en la que se desnudan emociones como amor, dolor y esperanza, fue publicada en EL TIEMPO en mayo del 2000.

Exhibe una muestra de ese patriotismo y valor singulares, si se tiene en cuenta que el accionar de las Auc en los primeros meses de ese año había terminado con la vida de más de 200 humildes campesinos y miembros de la Fuerza Pública en Antioquia, Cesar, Sucre, Norte de Santander y Bolívar. La carta derrochaba determinación y confianza, en momentos en que se llevaban a cabo los diálogos de paz en el Caguán, mientras la guerra seguía ardiendo.

En esa época, una acción conjunta de las guerrillas logró liberar a más de 70 prisioneros, luego de hacer explotar un carro bomba cerca de la cárcel de Cúcuta. Cuando ya se pensaba que lo peor había pasado, a Elvira Cortés de Pachón le pusieron el collar bomba que acabó con su vida y con la del subteniente de la Dijín que pretendía quitárselo.
Los diálogos de paz se suspendieron, y parecía extinguirse la fe en el futuro del país.

Tradición de siglos

Los periódicos del país reciben unas cien mil cartas de sus lectores cada año. Los del mundo, una cantidad incalculable de estas misivas, desde hace cuatro siglos, cuando se publicó la primera sección de Cartas a los Editores, en Inglaterra.

Se trata, pues, de un escenario que testimonia la fortaleza del vínculo entre el público y los productores de la información.

De igual forma, centenares de investigaciones, muestran el interés de la academia por el tema desde 1937, cuando se empezaron a estudiar las cartas a la prensa en el mundo, para entender las preocupaciones de la gente sobre política y salud, evaluar la capacidad de movilización de los ciudadanos, reconstruir la historia y valorar el trabajo periodístico.
En el mismo tono de la misiva extractada, los colombianos mostraron su alma en las cartas públicas que escribieron al Foro del Lector de este diario.

Dediqué los últimos cinco años a escudriñar el alma de los colombianos a través de las cartas que le escribieron a EL TIEMPO entre 1999 y 2008, un período marcado por cambios profundos en la sociedad y la comunicación. Hubo reelección presidencial, chuzadas en el DAS, pleitos con los países vecinos, comenzó la llamada “guerra contra el terrorismo” tras el 11 de septiembre, se masificó el internet y pudimos dar testimonio colectivo de los pormenores de nuestro largo conflicto armado, por cuenta de las transmisiones en tiempo real de las masacres, los secuestros y las liberaciones.

Leí cada párrafo de 4.722 de ellas, publicadas en esas fechas, para comprender su contenido. Quería conocer las historias, los juicios críticos y los llamamientos que hicieron los lectores de la prensa de Colombia.

El alma de Colombia está fragmentada

En los intercambios abiertos de estos foros públicos, los lectores se consolidaron como una comunidad política.
En sus mensajes, el doloroso conflicto armado interno fue el detonante para la expresión de un amplio rango de emociones individuales y evaluaciones sesudas sobre la vida política de Colombia. Las cartas revelaron profunda tristeza por las necesidades básicas insatisfechas, al tiempo que un sentimiento fuerte de amor por la nación. Un amor íntimo, de quienes se consideraron a sí mismos representantes de los “colombianos de bien”. Otras expresiones como “nosotros, la gente buena”, “las personas respetables”, “nuestro país” se encontraron en las misivas, conectadas con emociones universales como el miedo, la ira, el amor y la tristeza.

Decía uno de estos colombianos con dolor de patria, en mayo del 2004:

“Qué bueno sería compilar todas las atrocidades cometidas por los terroristas de las Farc durante los últimos 40 años y hacer un inventario de los asesinatos de policías y soldados, de civiles inocentes, de niños y ancianos, de los secuestros y desapariciones recurrentes, de los mutilados y heridos dejados gracias a las miles de minas quiebrapatas que han sembrado por todo el país. Igualmente, del número de cilindros de gas lanzados para destruir cuarteles, escuelas y centros de salud; de la cantidad de petróleo derramado, que ha contaminado nuestros ríos y campos; de las toneladas de drogas exportadas. Tantas lágrimas, tanta sangre, tanto dolor explican qué es lo que nos ofrecen a los colombianos de bien”.

Algunos de los cuestionamientos respecto al papel pasivo de la sociedad civil frente a la violencia y la falta de liderazgo de los gobernantes siguen tan vigentes ahora como el 23 de diciembre del 2009, cuando un lector manifestó su indignación por el asesinato del gobernador de Caquetá Luis Francisco Cuéllar, a manos de las Farc. El cuerpo del dirigente había sido encontrado baleado y lleno de explosivos cerca de Florencia. Se lee en la carta:

“Independientemente de las doctrinas políticas, el secuestro y muerte del gobernador del Caquetá sirven para demostrar que estamos todos sumisos a nuestro conflictivo destino. ¿Dónde están nuestros líderes políticos en este momento? ¿Qué hemos hecho los colombianos de inmediato para protestar por este lamentable hecho y por los otros secuestrados? Por ahora, nada. Seguimos cantando villancicos y rezando novenas y deseándonos ‘feliz año’ como si no pasara nada. El alma de Colombia está fragmentada, desterrada, y nosotros, sus ciudadanos, somos los principales responsables”.

La metáfora del “alma de los colombianos” se repitió en decenas de misivas en esa década. Unas veces apareció fragmentada, hecha pedazos, como cuando los lectores identificaban abusos del gobierno, la Fuerza Pública o los legisladores.

Sin embargo, en muchas otras se levantó vigorosa, decidida a dejar atrás las penurias y salir adelante. Las cartas motivadas por la marcha ‘Un millón de voces contra las Farc’, en febrero del 2008, son un buen ejemplo de lo dicho.
Decía un lector: “La marcha del lunes contra las Farc fue (...) la manifestación más clara, decidida y unánime de la sociedad contra ese grupo. Les queda a las Farc repensar su futuro. Los revolucionarios sin pueblo no son nada. Que comiencen por liberar secuestrados, sin shows ni cálculos”.

Miedo, la emoción predominante

El estudio de las cartas mostró que el conflicto armado fue el centro temático y el detonante emocional para la expresión de las emociones públicas de la audiencia de EL TIEMPO.

Emociones como miedo, rabia, dolor y desesperanza ocurrieron principalmente por el sentir generalizado de descontrol y amenaza que despertaron sucesos como el bombardeo del club El Nogal y el secuestro de Ingrid Betancourt y los tres contratistas norteamericanos en el 2003, las decenas de civiles retenidos en ‘pescas milagrosas’ y las masacres de Bojayá, en el 2002, y Toribío, en el 2005.

Los episodios más perturbadores del conflicto, como los mencionados, fueron también eventos mediáticos a gran escala, que siguieron millones de espectadores en vivo y en directo. Las transmisiones ayudaron a exacerbar expresiones colectivas negativas, que parecen conjugarse en esta carta del 8 de mayo del 2002.

“Yo ya no lloro por los niños muertos. ¿Para qué? Ya no sufren del odio de ese país que cada día se asemeja más al infierno. Lloro por los que han de morir mañana, por los que tienen aún que soportar el frío de las calles. Prefiero guardar mis lágrimas para los que en vida caminan despacito hacia la muerte inevitable. Aquí, en el infierno, los buenos y los malos son iguales; todos llevan en su alma la muerte que empieza con la muerte del alma, con el fin de la inocencia. Aquí, en el infierno, no se llora por los que se van, sino por los que se quedan. ¿Cuál fue mi crimen? ¿Haber nacido en este país maldito? (...). Lloro por los niños vivos, y vierto en mis lágrimas la última esperanza de que algún dios, algún día, nos sonría y nos saque de este infierno, así sea en pequeños ataúdes blancos, como debe ser, con las manitas cruzadas y una azucena en el pecho que acuse eternamente a aquellos que no nos dejaron vivir”.

El medio siglo de guerra contra las Farc ha dejado cicatrices profundas en la memoria colectiva de los colombianos.
Sin embargo, como dice la experta en emociones Martha Nussbaum: “Las penas son más valiosas que los triunfos, porque ellas imponen obligaciones y requieren un esfuerzo común”. Ahora que se acerca la firma de la paz, surge la esperanza de que en el posconflicto se logren movilizar emociones constructivas como la compasión, para poder disfrutar de este país único, que logra despertar tantas emociones e inspirar cientos de cartas a la prensa.

Unos ejemplos de la muestra

3030: Muchos reclaman por Ingrid Betancourt y por los senadores retenidos. Reclamemos todos, no solo por ellos, sino por los miles de secuestrados. No olvidemos a ninguno; no olvidemos a los militares, exijamos, marchemos. Lo peor para ellos será saber que solo sus familias, casi impotentes, los reclaman, pero el Estado y sus compatriotas se encogen de hombros. (15 de marzo del 2002).

4173: Tal vez si el expresidente López fuera científico podría lograr la clonación de Satanás, que equivale en su mundo perversamente idílico a afirmar que en Colombia los terroristas de las Farc no son terroristas. Según él, no han mutilado soldados, no han puesto carros bomba como en el club El Nogal, ni han arrasado pueblos con cilindros bomba, hoteles bomba, casas bomba, burros bomba, bicicletas bomba, cadáveres bomba, etc., donde han muerto niños, mujeres y ancianos del pueblo raso de Colombia. (28 de febrero del 2005).

2308: Sobre el artículo ‘¿Vale la pena irse?’, yo creo que sí. El desempleo y, cuando se consigue, el bajo salario, la inseguridad hasta para ir a la tienda de la esquina, aun dentro de la casa, el alto costo de vida, los traquetos, la guerrilla con toda su autoridad, pues se pasean por donde quieran y dictan leyes, los serrucheros (empleados públicos) a quienes hay que darles dinero bajo cuerda para que realicen el trabajo para el cual les pagan, con el dinero de los impuestos que uno mismo paga, el caos vehicular, el Upac, que está dejando a todos sin casa; la pesca milagrosa, el Gobierno, este y todos los pasados. Desgraciadamente, Colombia no avanza. Duele, pero ¿qué ha cambiado positivamente? Nada. Pues por eso yo decidí irme al exterior y no me arrepiento. (1.° de mayo del 2005).

Por Marta Milena Barrios*
Especial para EL TIEMPO
Doctora en Ciencias Sociales. Periodista y profesora de la Universidad del Norte

Tomado de El Tiempo

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